Este blog ha sido ideado para plasmar en palabras los grandes y pequeños acontecimientos que van apareciendo en nuestra vida. Tal vez muchos vayan dirigidos a ti, lector conocido. O tal vez a ti que, aún pensando que me conoces, nunca lo has hecho

sábado, 26 de mayo de 2012

Un chico, un hombre. Un tipo genial

Durante aquel frenético descenso a corazón abierto que le sacaba de ese horroroso infierno que le había tocado vivir, Bernardo, uno de tantos muertos en vida en aquella época, pensaría en ese maldito ideario adquirido en una escuela privada y que le había arrastrado a aquella situación privándole de vivir. Los siempre mal interpretados principios. Esos grandes enemigos que enfrentados producen el horror entre los seres humanos.

Mi fascinación por todo aquello que sucedió y rodeó a la Guerra Civil Española es directamente proporcional a mi admiración y respeto por todas aquellas personas que fueron arrastradas sin opción al peor de los infiernos. A toda aquella gente que se vio atrapada sin más opción que hacer todo lo posible por sobrevivir. Hace una semana, terminé la lectura de una novela que sitúa su escenario en el citado suceso, en Madrid y acompañado de su invierno gélido. Su escritor es inglés, un punto de vista foráneo sobre nuestra guerra, diferente al nuestro. Puede ser interesante -pensé.

Seguramente que Bernardo en lo último que pensó cuando llegó como brigadista internacional es que encontraría al amor de su vida en tal desolado escenario. En un Madrid agarrotado y a la espera de que la gobernaran sin preguntar. Pero, tal sentimiento no se encuentra únicamente en jardines plagados de rosas o en largas arboledas de fresnos al abrigo de un río cruzado por puentes de piedra. Aquello que no podemos controlar, que te descontrola por completo está en cualquier lugar. Y los principios...

Recuerdo a mis abuelos paternos que me contaban la suerte -por ponerle un adjetivo- de vivir en la que fue la capital provisional del bando ¿vencedor? de la guerra.
Imagino el coraje de toda aquella gente pacífica, la de mis abuelos y la de los abuelos de otros tantos de nosotros. Imagino como tuvo que ser todo aquello y, entonces, mi fascinación y curiosidad se transforma en un escalofrío mezcla de no saber y de no entender el por qué de arrastrar a toda esa gente a odiarse mutuamente.

La misma noche en la que Bernardo, bañado a sus espaldas por la luna llena, descendió de su particular infierno, Harry, un inglés conservador amigo de éste, se dio cuenta de como una decisión por absurda que parezca puede cambiar varias vidas. Se preguntaría como una persona con una presunta educación y perspectiva de los hechos, carece de toda moral y lleva su odio a extremos insospechados.

Pienso en toda aquella gente, personajes anónimos de cualquier religión e ideología. Personas con sus sencillas y humildes vidas llevadas a su manera, con sus sueños e ilusiones, su gente a la que amar y que fueron usadas como vulgares balas. Me doy cuenta que la fascinación que siento por aquel suceso que partió un país es más hacia estas personas y a su heroica manera de sobrevivir con cuatro cachivaches pero con una solidaridad como bandera. Imagino a los personajes ficticios que relata C.J. Sansom en su novela, en si pudieron existir de manera real. Lloraría si supiera llorar...

Bernardo, Harry, Sofía y Bárbara, tuvieron que decidir, eso fue lo peor de todo, que les hicieron elegir por la mierda de los mal llamados principios que lo arrasan y lo destrozan todo. Sobretodo, lo que más se quiere. Una decisión tras otra que les llevó a un laberinto con salida al dolor.

Las personas más felices no siempre tienen lo mejor de todo. Sólo sacan lo mejor de todo lo que se encuentran en su camino. Seguramente, aquella gente, nuestra gente, en su camino y en cada cosa pequeña que se encontraron la cogieron y fueron felices mientras les dejaron.

Aquel enero de 1940 era especialmente gélido en Cuenca. Mientras Bárbara se acercaba al lugar acordado empezaron a caer unos copos que palidecieron aún más su preciosa tez blanca. Su corazón era como una locomotora a pleno rendimiento. Han pasado tres años...¿y qué? era su verdadero amor. Salió de la carretera y escuchó el rumor de la hierba a sus pies. Las nubes ocultaron la preciosa luna llena. Tras unas semanas frenéticas estaba a tan sólo unos metros de él. Los tres años transcurridos ya no importaban para ella. Bárbara susurró su nombre en la oscuridad y contempló una figura en la oscuridad...