Para Silvia con todo mi cariño
La habitación estaba en ligera penumbra, sólo perturbada por los finos halos de luz que se colaban por los resquicios de la persiana. Tumbado sobre su cama, Mario, balanceaba nerviosamente su pierna derecha. Y en su mano, hacía mecer con gran destreza un yo-yo que todavía conservaba de cuando abandonó la decena, costumbre que tenía ésta, la de jugar con tal juguetito, desde hace años para cuando el aburrimiento o los nervios le vencían. La tarde lluviosa que apenas había comenzado le empezaba a resultar plomiza y la espera agotadora. Apenas iniciado mayo y con tiempo para descansar gracias a un bendito puente que le daba unas pequeñas vacaciones, el protagonista de esta historia, volvía a aquellos acontecimientos que bien pudieron haberle cambiado el transcurrir de su vida hace ya algunos años. Por la radio sonaba: Ain´t that a kick in the head? del magnífico Dean Martin...otra vez no -pensó Mario, otra vez no...hoy no...
Todo empezó hace varios años, cuando Mario, a punto de sobrepasar la veintena no había conocido el enigmático e indescifrable mundo del género femenino. Era un chico terriblemente tímido e introvertido. Esa pequeña e incluso lógica timidez juvenil se empezaba a convertir en un verdadero problema para él y los de su alrededor que no veían manera de sacarle de ese hermetismo crónico. Apenas se divertía fuera de sus cuatro paredes ni disfrutaba de cosas que a los demás sí que les divertía. Se creía un bicho raro por todo ello...pero, es curioso, diréis que una timidez tan enorme se combate con alguien extrovertido y de diversión por bandera ¿no?. Pues no, Lucía no era así. Era igual que Mario, esa misma timidez que bloquea pensamientos e impide disfrutar de cosas tan banales como una conversación junto a alguien querido en la cafetería de la esquina. Al contrario del refrán, dos polos iguales se iban a atraer y comenzarían juntos una aventura apasionante.
Se conocieron de la manera más tonta en una tienda de discos y vinilos de colección de la madrileña calle Barquillo. Mario y Lucía, acudían cada viernes a esta entrañable tienda de barrio con joyas musicales únicas. Con la música alejo la timidez, con la música vuelo, con la música imagino y sueño lo que quisiera ser y hacer -Se decían. Estos pensamientos les unieron, la timidez y su afán por reducirla con la música les unió. Fue entonces como cada viernes acudían sólo para verse pero, no cruzaban palabra alguna, apenas miradas fugaces con temor de ser descubiertos el uno al otro. A veces compraban algún disco que apenas luego escuchaban, otras simplemente revoloteaban de estante en estante. Así, hasta que un día el propietario de la tienda se les acercó y les regaló dos invitaciones para un concierto en una vieja sala de conciertos de la zona centro, era la sala Yo-Yo, el próximo jueves a las diez de la noche. Ellos se miraron y con leves sonrisas se dieron un sí silencioso...el vendedor de discos obró el milagro. Mario no cabía de gozo en sí. Se sentía extraño, aturdido, alegre, con ganas de correr y correr hasta no tener aliento. Para cuando se hubo dado cuenta, Lucía, abandonaba la tienda con la misma sonrisa encantadora que hace unos segundos le había dedicado al bobo embobado.
Tras el concierto, muy poco a poco, Mario y Lucía se fueron conociendo, quedaban cada viernes dándose una porción de su corazón el uno para el otro. Empezaron a hacer cosas para ellos impensables hace años, ir a conciertos, visitar museos, compartir libros, hablar de música, cine, ¡arte!. Horas y horas, hablaban, reían, se miraban durante minutos sin decirse nada, se amaban en silencio. Era increíble pensaban ellos, no se lo podían creer, estaban disfrutando de la vida y, a la vez, rompiendo barreras para ellos hasta hace poco gruesas, altas e infraqueables.
Al cabo de unos años de haberse conocido Mario era tan feliz que le pidió matrimonio a Lucía, ¡seremos felices para siempre! ¡juntos! ¡te quiero, cariño!. Mario estaba convencido de que quería pasar el resto de su vida con Lucía y que este paso era para él la confirmación extrema de su amor absoluto.
Pero, Lucía, le dijo que no, su explicación era que todavía eran muy jóvenes para tal compromiso que no había que tener prisa en dar tal difícil paso. Lucía estaba en la recta final de sus estudios de Arte y no tenía ninguna prisa por sellar su amor con Mario. ¡Todavía había muchas cosas por vivir!. Nuestro protagonista no encajó bien este golpe y lo empezó a ver como una traición, como si no le quisiera lo suficiente, se empezó a obsesionar con esa idea hasta que un día, en un acto de orgullo absurdo, de confundida hombría, ¡de estupidez varonil! decidió dejar a Lucía...
Tras esto, Mario volvió a las penumbras que por un tiempo vio olvidadas, volvieron los miedos, ¡todo por lo que había luchado por deshacerse volvió!. Todo ello por haber dejado a Lucía. Se arrepintió y al cabo del tiempo quiso volver con ella pero ésta se negó una y otra vez, su chico la había abandonado por una absurda negativa a no casarse con él. Ella lo pasó muy mal e intentó superarlo durante meses en los que no supo nada de Mario, hubiera bastado un perdón a tiempo pero éste la hizo mucho daño, un daño irreparable... Lucía terminó los estudios y conoció a otro chico con el que era muy feliz de nuevo. Era demasiado tarde, ya no quería a Mario.
Al pasar los años, Mario recuerda con cariño y amargura su intensa relación con Lucía, lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que finalmente no fue. Ha aprendido del pasado, de lo absurdo que es querer correr antes de tiempo y de destrozar una felicidad que paladeaba con los labios...De vez en cuando le llega que Lucía es inmensamente feliz y por supuesto, Mario se alegra de ello como si esa felicidad fuera suya.
Ain´t that a kick in the head? de Dean Martin... su traducción al español viene a decir: ¿no es el amor una patada en la cabeza?...sonaban los últimos acordes de trompeta cuando el zumbido de la alarma sobresaltó a un Mario absorto en estos pensamientos, eran más de las ocho y media ¡oh Dios mío, voy a llegar tarde! -dijo.
Había dejado de llover, el repiqueteo de la lluvia había cesado. Mario subió la persiana y vío como se abría un claro en el horizonte, el ocaso se acercaba y con él un nuevo final de día. Abrió la ventana y dejó que entrara una brisa fresca que le agitó suavemente el cabello y le estremeció con un súbito escalofrío. Respiró hondo y, tras guardar quizás para siempre en su cajita de recuerdos el yo-yo que le regaló Lucía el mismo día en aquel lejano concierto, pensó nuevamente en aquella chica de ojos color café que había conocido en la biblioteca de su ciudad hace tres días. Se llamaba Sara y había quedado con ella a cenar esa misma noche.
Había dejado de llover, el repiqueteo de la lluvia había cesado. Mario subió la persiana y vío como se abría un claro en el horizonte, el ocaso se acercaba y con él un nuevo final de día. Abrió la ventana y dejó que entrara una brisa fresca que le agitó suavemente el cabello y le estremeció con un súbito escalofrío. Respiró hondo y, tras guardar quizás para siempre en su cajita de recuerdos el yo-yo que le regaló Lucía el mismo día en aquel lejano concierto, pensó nuevamente en aquella chica de ojos color café que había conocido en la biblioteca de su ciudad hace tres días. Se llamaba Sara y había quedado con ella a cenar esa misma noche.
FIN