Me he despertado esta mañana algo inquieto, no muy tarde, a una hora razonable. He permanecido en la cama despierto e inmóvil como un muñeco (ja), hasta que por fin y, tras una breve aventura por mis adorables nervios, he decidido levantarme y desayunar.
La tónica de la mañana ha sido, mañana a estas horas...
Pese a que la gente no para de decirme que no será nada, que no me preocupe y que todo saldrá bien, yo no paro de decirme que no será nada, que no te preocupes y que todo saldrá bien.
Imagino entonces al típico general romano decirle a sus tropas ante una batalla desigual y con vencedor claro lo siguiente, -ánimo soldados, no será nada, somos más y mejores, estamos organizados, la victoria es nuestra...
Menudo ejemplo, obra y gracia de mis emociones, de ese lenguaje de todo menos mudo que hace que imagine que soy ese soldado que bajará a esa batalla. Pero lo cierto es que iré en un 308 de color vino o como dice mi padre de color Burdeos, y que no habrá germanos a los que vencer, aunque, quizás me encuentre a alguna orca (ja) que haga más emocionante si cabe el día de mañana.
Ahora sólo espero no ser como aquellos soldados del Reino de Castilla, que ante la víspera de una batalla, se pasaban la noche en vela, solos, con su espada y sus emociones, velando armas.
Me lo has prometido, ¿eh? Y yo te creo, todo saldrá bien y mañana a estas horas...
Te dije que todo saldría bien. Te lo prometí. Ya sabes que ese día fuiste lo último en lo que pensé antes de dormir, y lo primero que sentí cuado abrí los ojos. Ahora a disfrutar. Has ganado la batalla.
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