Es curioso como retengo en mi mente aquel momento. Una preciosa tarde de verano de las que me encantan. La compañía que había. Pipas con cartas. Césped frondoso y fresco. Agosto.
Me paro un momento. Como puede cambiar una vida -y el transcurrir de ésta- de forma tan aparentemente sencilla e inofensiva. De como los momentos o como hemos escrito aquí Edelweiss y yo varias veces, de como nuestras elecciones se nos presentan en forma de caminos y sus continuas disyuntivas. Caminar y elegir. Aquel agosto sin ser consciente, elegí un camino difícil de abandonar.
Porque ya no te tengo miedo
Porque te he ganado
Porque he recuperado mi libertad
Porque me he arrancado de un plumazo esa asquerosa máscara
Pero... ¿en qué momento sucedió? ¿cuándo me saltó el resorte?.
Iba a casa a comer tras salir de trabajar. Era un día soleado de invierno, precioso, con ese picorcillo que te da el sol en esa estación. Las anteriores semanas ya fueron inquietas porque algo iba a pasar...
Sólo en el coche. Febrero. El último, detrás no habrá más. Se acabó.
Es una imagen tan cristalina que sería capaz de dibujarla si tuviera ese don. Por cierto, aunque no lo entienda quien pueda leer esto, es una imagen que me gustaría olvidar y dejar de darla valor.
Porque no me gobiernas
Porque has perdido
Porque te escalé
Porque era prácticamente imposible...
Hoy hace un año que dejé de fumar de manera real. Aunque, como yo insisto cuando hablo de ello, este proceso -para que tenga éxito- debe empezar mucho antes y no de manera espontánea.
Desde que Edelweiss me propuso la creación de este espacio una de las entradas que quería hacer era esta. Ella me insiste -y más gente- en que he sido un valiente pero, yo insisto en que no es así y que el valiente es aquel que aquella tarde de agosto se niega y no elige el camino más bonito.
El secreto no es más que darse cuenta que ese camino -el bonito- tarde o temprano estará plagado de árboles secos y sombríos. Que mirarás a los lados y verás muros imposibles de escalar cada vez más y más altos y, sinceramente, sólo hay una o dos oportunidades. Porque fracasar no es malo, es nefasto. Lo peor que le puede pasar a quien intenta escalar por ese muro es no lograr coronarlo y poder así salir del camino. Lo demás es verborrea de quien nunca anduvo en él y no ha visto esos muros.
Quise sentirme libre, sin dependencias. Disfrutar más de las cosas. Quitarme muchos miedos. Cogí carrerilla y lo escalé. Y lo logré...
Quitarme la máscara y por fin bailar...
Gracias a todos los que en mayor o menor medida me han aguantado antes, durante y después de todo este proceso largo y duro. Sin su ayuda, sin ese empujón que me impulsó en mi escalada y que me sostuvo en ella, hubiera sido imposible por mucho que tenga en mi equipo la inestimable ayuda de la -mi- cabezonería.
Recuerdo cuando me dijiste que llevabas un día sin fumar. Y cuando me dijiste que llevabas dos... y después un mes, dos, tres... hasta hoy. Recuerdo la sensación que me produjo: por un lado una inmensa alegría y, por otro lado, algo de miedo. Alegría porque te estabas cuidando, porque el tabaco mata y no puedo quedarme inmutable mientras veo como alguien a que quiero se va envenenando poco a poco. Miedo a que no lo consiguieras y que, además de que volvieras a ese vicio que engancha y que no deja ser uno mismo, la recaída te desanimara y te dejara destrozado anímicamente. No siempre estuve segura de que lo ibas a conseguir (te soy sincera), pero entonces no te conocía como te conozco ahora. Sé que todo lo que te propones en serio, y siempre y cuando esté en tus manos, lo consigues.
ResponderEliminarNo creas que, cuando nos vamos por ahí a comer o a cenar, no recuerdo que ya no tienes prisa por salir y fumarte un cigarrillo. Todas las veces lo tengo presente y no imaginas lo feliz que me hace.
También te confieso que, una vez más, me diste una lección de cómo se hacen las cosas. Me sorprendió que lo consiguieras, pero también me dió envidia (de la sana) la capacidad que tienes para elegir un camino y caminar por él sin mirar atrás.
Estoy muy orgullosa de ti, paisano.