Este blog ha sido ideado para plasmar en palabras los grandes y pequeños acontecimientos que van apareciendo en nuestra vida. Tal vez muchos vayan dirigidos a ti, lector conocido. O tal vez a ti que, aún pensando que me conoces, nunca lo has hecho

viernes, 20 de diciembre de 2013

Mis monstruos.


A lo largo de mi vida, mis monstruos iban apareciendo de vez en cuando, poco a poco y sin grandes alardes. Más o menos les tenía controlados, sabía que llegarían, me asustarían y, al poco tiempo, se marcharían sin dejar demasiado destrozo en mi casa.
- ¡Bah! - pensaba- mañana se habrán aburrido y volverán a su cajón. 

Pero un día todo cambió y volvieron para quedarse. Todo era desorden y desconcierto. Sus gritos y golpes no me dejaban conciliar el sueño. Los domingos, no sé a día de hoy el motivo, montaban fiestas monstruosas que me tenían en jaque todo el día.

Salía de casa sólo para intentar olvidar que estarían allí cuando llegase, asustándome más que nunca. Me impregnaban sus aullidos, sus plegarias lúgubres y tenebrosas.

Una mañana cualquiera de mayo decidí que tenía que decirles lo mucho que me estaban complicando la vida y lo mucho que había cambiado y destrozado mi casa, así que les invité a desayunar. Llegaron puntuales, más fétidos y feos que nunca. Pero mantuve la calma y les serví café recién hecho con una napolitana de chocolate. Les pregunté el por qué se comportaban así conmigo, y me contestaron sencillamente que ellos eran monstruos, pero que el miedo provenía de mí y, por tanto, el sufrimiento que me laceraba no era culpa de ellos. En ese momento me parecieron menos grandes, menos feos e incluso empezó a no desagradarme el olor a almizcle que desprendían. Entonces les miré más pausadamente y, audazmente, toqué con las puntas de mis dedos a uno de ellos. Estaba suave como un gato. No era negro ni gris, era de un verde esmeralda brillante y limpio. Y no me pareció grande, más bien de un tamaño apropiado para salir a jugar con él por la nieve. Giré la cabeza para mirar al otro monstruo y éste era aún más simpático. Tenía unas pecas graciosas y unos ojos redondos y brillantes que impulsaban a esbozar una sonrisa. Terminamos el desayuno y decidimos salir a pasear los tres juntos. Les saqué del cajón de donde salían y entraban y les expuse al resto de la humanidad. Creo que nos lo pasamos bien. 

Ahora vienen muy a menudo a desayunar conmigo. Hay veces que siguen asustándome pues, al fin y al cabo, son monstruos, pero pronto les aplaco con una napolitana de chocolate y charlamos hasta la hora del almuerzo.

Hace poco, antes de que se marcharan hasta el próximo día, pregunté al monstruo de las pecas:
 
- Y si un día me abandonáis y otros monstruos ocupan vuestro lugar, ¿qué haré?

Me miró fijamente, y en voz susurrante como para que nadie más pudiera escucharlo me dijo:

- Siempre que consigas que el árbol eche raíces, muy pronto verás las flores. 

Mis monstruos han dejado de condicionar mi vida. Espero que no se enfaden si un día me despido de ellos para siempre.

1 comentario:

  1. Una de tus mejores entradas, sin duda. Hablar de problemas de una manera tan natural y simpática. No ha sido fácil. Ya sabes que en esos desayunos estoy de mil maneras a tu lado.

    Valiente, que eres una valiente.

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