Hubo una vez un grupo de semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un claro en un bosque. Allí permanecerían ocultas en el suelo esperando desarrollarse para convertirse en un futuro en un precioso árbol.
Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a crecer, se percataron de que no sería tarea fácil. Precisamente en aquel pequeño claro vivían un grupo de ardillas, y las más pequeñas se divertían lanzando piedras a toda planta que pretendiera crecer. De esta forma se divertían y mantenían el claro libre de toda vegetación.
Aquella primera semilla se llevó una pedrada de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando contó a sus amigas lo ocurrido, todas convinieron en que lo más sensato sería esperar sin crecer a que el grupo de ardillas cambiara su residencia.
Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su pedrada, que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas se unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero aquella semilla estaba completamente decidida a convertirse en un árbol. Con cada nueva ocasión, las pequeñas ardillas ajustaban un poco más su puntería gracias a aquella pequeña semilla, que volvía a quedar doblada.
Pero la semilla no se rindió. Con cada nueva pedrada recibida lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus amigas le suplicasen que dejara de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días, semanas y meses, la pequeña, ya planta, sufrió el ataque de las ardillas que pretendían parar su crecimiento, doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días solía evitar las pedradas, pero al día siguiente, otra ardilla acertaba y todo volvía a empezar.
Hasta que un día no se dobló. Recibió una pedrada, y luego otra, y luego otra más, y con ninguna de ellas llegó a doblarse. Y es que había recibido tantos golpes, y doblada tantas veces, que estaba llena de cicatrices que la hacían crecer y desarrollare más fuerte que el resto de semillas. Así, su fino y débil tronco se fue haciendo más grueso y fuerte, hasta superar el impacto de una piedra. Para entonces, era ya tan fuerte, que las pequeñas ardillas no pudieran tampoco arrancar la planta con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo...
Llevo ya un tiempo pensando en que puedo hacer respecto a un asunto muy importante para mí, y que atañe a la felicidad de uno de mis preciosos baúles.
Como ayudarlo, como mimarlo, como protegerlo...
Sé que me quiere fuerte, y también sé, que necesitará en un momento dado que lo abra con más fuerza que nunca, y que lo abrace tan, tan y tan fuerte que todo lo demás, todo lo anterior, todas esas ardillas, dejarán de importar.
Gracias por dejar que esté ahí.
Por cierto, no terminé la historia de la semilla,
...hasta que por fin, llegó un día en que esa semilla, con todas sus penurias y cicatrices pasadas, se convirtió en el árbol más majestuoso del bosque.
Hoy el brote se ha vuelto a quebrar, pero una lluvia tibia y ligera ha venido para revivir lo poco que quedaba con vida. A veces una semilla, por muy fuerte y empecinada que sea, no puede crecer entre la adversidad si una "mano" amiga no ayuda. Si alguna vez esa semilla llega a ser el árbol más majestuoso del bosque, habrá que recordar que sus raíces son fruto de un buen abono y una lluvia certera. Será obra de la amistad.
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