Diez años
antes de que lo hiciera Jesucristo, nació en la Galia un niño débil, enfermo y
cojo. En una sociedad menos hipócrita que la actual, dichas taras le granjearon
desde sus primeros años el desprecio de su familia y marcaron su personalidad. A pesar de tener
una mente privilegiada, las inseguridades que le provocó su entorno,
desembocaron en problemas de dicción que le hicieron ganarse los dos primeros
títulos de su vida, “idiota” y
“tartamudo”.
Vetado para la
política dedicó su vida al estudio, y probablemente fuera de las últimas
personas capaces de traducir textos etruscos, antes de que el idioma se
perdiera para siempre. Curiosamente, era el más preparado para ser emperador,
pero a nadie le importaba.
Fue el
asesinato de Calígula (su sobrino) lo que le cambió la vida. Cuando la guardia
pretoriana le descubrió escondido detrás de una cortina le aclamó emperador.
Probablemente pensaron que un incapaz como él sería un títere en sus manos,
pero se equivocaron, y así en el año 41 de nuestra era, Claudio el tartamudo,
Claudio el idiota, se convirtió en Tiberio Claudio César Augusto Germánico,
cuarto emperador de la dinastía Julio-Claudia.
Bajo su
reinado anexionó Tracia, Licia, Judea y Mauritania, y fortaleció la frontera en
Germania. Pero su mayor logro fue la conquista de Britania.
¿Quién podía
pensar que Claudio el cojo, hazmerreir de todos iba a convertirse en un héroe
militar? Clemente en la victoria, perdonó la vida al britano Carataco. Tal vez
el sufrimiento en su vida le había regalado la humanidad, tan escasa en los poderosos.
Administrador capaz y magnifico legislador, impulsó leyes que hoy podríamos
llamar sociales, mejoró las condiciones de vida de los esclavos y proporcionó
al Imperio una etapa de prosperidad que tardaría en volverse a repetir.
Muchas veces
pensamos que podemos hacer y deshacer a nuestro antojo si estamos frente a
alguien más débil. Otras tantas veces aprovechamos que estamos ante una buena
persona para actuar dejándonos llevar por nuestro egoísmo, ya que sabemos que no
va a haber represalias. Pero a veces las apariencias engañan y Tiberio Claudio César Augusto Germánico
es una magnífica muestra de una lección que el ser humano debe de aprender para
crecer como tal y ser menos presuntuoso, característica muy intensa en algunos
individuos.
Cuando dejemos de mirarnos al
ombligo, comprobaremos que junto a nosotros hay un ser maravilloso y que hasta
ahora no nos habíamos percatado de su valía.